El Kibalión, un texto basado en las enseñanzas del Antiguo Egipto, anterior a la época de los faraones, en su sexto principio, la Ley de la causa-efecto, dice que toda causa tiene su efecto y todo efecto tiene su causa.
Este principio, que para los seguidores del Kibalión se aplicaba a todo, no parece explicar las situaciones azarosas o fenómenos como el de la actual pandemia. ¿Puede existir alguna causa que explique que vivamos una infección mundial? Pues la razón nos dice que no, por supuesto. Pero la imaginación nos abre otras ópticas que pueden ser interesantes de explorar. Podemos jugar a suponer que quizá el kibalión estuviera en lo cierto y todo esto haya llegado a nuestra realidad por una razón… ¿Quieres jugar?
Jugando a pensar en la razón por la que el destino querría enviarnos esta desgracia en este momento, se me ocurrió que el principal efecto era esta PARADA universal.
«¿Puede existir alguna causa que explique que vivamos una infección mundial? Pues la razón nos dice que no, por supuesto. Pero la imaginación nos abre otras ópticas que pueden ser interesantes de explorar».
Parar el MUNDO, ¿para qué?
No es una parada individual, o de un grupo de personas, o de un país, es una parada mundial, a diferente ritmo, pero global. Si esto tuviera una causa, ¿cuál sería?
Quizá los antiguos egipcios encontrarían que el efecto de parar nuestras vidas en seco, podría servir para dejar de movernos por nuestra existencia sin un rumbo elegido, para dejar de seguir avanzando a toda velocidad, con prisas, haciendo una cosa después de otra, sin detenernos a analizar por qué, sin saber lo que queremos, como robots programados. Quizá la causa de la parada global de la humanidad busca el efecto de salir por un momento de una vida automatizada, en la que siempre sabemos lo que viene después de lo que hacemos ahora, pero en la que no elegimos conscientemente lo que de verdad queremos hacer a continuación, porque elegir rompería el ritmo de la rueda en la que estamos subidos. Quizá el virus llega para enseñarnos el valor de hacer un alto y reflexionar sobre lo que de verdad nos importa en la vida y como de verdad elegimos vivirla.
«Quizá la causa de la parada global de la humanidad busca el efecto de salir por un momento de una vida automatizada, en la que siempre sabemos lo que viene después de lo que hacemos ahora, pero en la que no elegimos conscientemente lo que de verdad queremos hacer a continuación».
Las personas que ahora se sienten amenazadas por este mortífero virus, muchos de ellos ancianos, algunos desde la soledad de una habitación de hospital, en completo aislamiento a solas con sus pensamientos, otros atemorizados en sus casas, sintiéndose amenazados por un agresor invisible, estarán haciendo balance de su vida, planteándose preguntas muy profundas y dolorosas: ¿viví la vida que quería?, ¿me ocupé de seguir mis metas o hice lo que los otros querían?, ¿fui un buen padre, esposo, hijo?, ¿estoy orgulloso de lo que hice con mi vida?
«Este virus NOS REGALA esa parada a tiempo aún de hacer cambios».
Ahora tenemos la oportunidad de construir ese pasado que un día nos hará sonreír al sentirnos satisfechos de nuestra obra, pensando que nuestra vida mereció la pena. Ahora podemos darnos una segunda oportunidad y ser conscientes de que nuestra existencia se construye día a día y que estamos aún a tiempo de elegir qué hacer con ella.
Apagar el mundo, trae otros efectos no menos importantes. El mundo detenido nos hace además comprobar el indudable valor de las cosas pequeñas, de lo simple. ¿Echas de menos volver a tu vida de siempre?, ¿te gustaría revivir un día habitual?. Estoy segura de que asientes mientras lees.
Muchos nos hemos sentido estos días como dentro de un sueño, una pesadilla más bien, o dentro de una película, de esas en las que el mundo es amenazado. En un mundo repentinamente hostil, nos sorprendemos añorando lo más simple: pasear, tomar un café con un amigo o abrazar a tus padres.
«El mundo detenido nos hace además comprobar el indudable valor de las cosas pequeñas, de lo simple».
Si jugamos a creer que la llegada de este virus tiene una causa, probablemente será la de buscar que dejemos de DECIR de una vez que es “necesario agradecer lo que tenemos” sin entender muy bien el significado de lo que decimos y pasemos a SENTIR DE VERDAD el valor de lo que SI tenemos. Que por fin nos sintamos afortunados por los abrazos, por el sol y por las charlas con nuestros amigos. Agradecer lo que tenemos, en lugar de seguir anhelando lo que no tenemos.
Cuando la realidad nos obliga a disfrutar de una vida en pijama, nos damos cuenta del poco valor de nuestra cara ropa de marca, de lo poco importante que parece nuestro coche de gama alta aparcado en nuestro garaje, mientras observamos la calle desierta desde el interior de nuestra casa. Todas esas cosas que alimentaron nuestro ego durante tanto tiempo, no tienen ningún valor frente al anhelo de volver a abrazar a nuestra familia que está lejos o que permanece ingresada en un hospital.
«Si jugamos a creer que la llegada de este virus tiene una causa, probablemente será la de buscar que dejemos de DECIR de una vez que es “necesario agradecer lo que tenemos” sin entender muy bien el significado de lo que decimos y pasemos a SENTIR DE VERDAD el valor de lo que SI tenemos».
Si seguimos jugando a imaginar, podemos calcular la posibilidad de que haya llegado a nosotros un virus inteligente para enseñarnos a detener una vida sin sentido, sin destino, donde cada uno vamos corriendo en una dirección diferente, dando vueltas en círculo, chocándonos unos con otros y consiguiendo pequeñas victorias unitarias que no nos satisfacen. Podemos soñar con la idea de que nos hizo parar para que dejáramos de seguir moviéndonos a toda velocidad en círculos, empujándonos, para que fuéramos conscientes de que la única manera de avanzar en línea recta es hacerlo todos a una.
«Podemos soñar con la idea de que nos hizo parar para que dejáramos de seguir moviéndonos a toda velocidad en círculos, empujándonos, para que fuéramos conscientes de que la única manera de avanzar en línea recta es hacerlo todos a una».
El hagstag #alonetogether que he podido leer en algunos medios durante estos días, me hizo caer en la cuenta de que, al mantenernos aislados y solos, hemos conseguido la hazaña inaudita de parar el mundo, reflexionar y así decidir unirnos para luchar en equipo contra la amenaza.
Puede que finalmente se rompan las fronteras en la evolución de la pandemia y lo que nos exija el virus es que todos los gobiernos se pongan de acuerdo para realizar acciones mundiales conjuntas, toda la humanidad unida para luchar contra el mismo enemigo. Puede que finalmente seamos todos conscientes, por fin, de que nunca hicimos como sociedad nada de valor, si no lo hicimos juntos.
«Puede que finalmente se rompan las fronteras en la evolución de la pandemia y lo que nos exija el virus es que todos los gobiernos se pongan de acuerdo para realizar acciones mundiales conjuntas».
Pero volvamos al presente, al sofá del salón de cada una de nuestras casas, para darnos cuenta de que tan solo hemos jugado a soñar que nos uníamos, despojándonos de nuestras señas de identidad más egóicas, como nuestras posesiones y nuestros títulos y, en pijama, colaborábamos mundialmente para ayudarnos a superar nuestros miedos comunes, para luchar en la misma guerra y vencer a un enemigo invisible. Que lo hacíamos para conseguir entre todos volver a recuperar nuestra vida cotidiana donde volvíamos a hablar con un amigo o abrazar a esas personas que se quedaron lejos de nosotros antes del confinamiento y que definitivamente era lo único que de verdad añorábamos.