En el verano descansamos de la realidad. Durante un tiempo que siempre nos parece demasiado corto nuestra vida cotidiana se detiene y se abre una ventana a la calma, el bienestar y el disfrute. Acontece otra vida, perfecta y placentera: la buena vida, la dolce far niente.
La buena vida de cada verano constituye una realidad de apariencia virtual en la que querríamos quedar idealmente detenidos. El coronavirus sigue existiendo, la crisis económica anunciada sigue sobrevolando con su negra sombra sobre nuestras cabezas y seguimos teniendo una hipoteca que pagar, sin embargo nosotros nos sentimos bien. Los problemas siguen existiendo, pero elegimos hacer un paréntesis, ignorarlos y priorizar nuestro bienestar.
Con el final de las vacaciones, decidimos dejar de hacerlo, volvemos a la cotidianeidad y permitimos que se cuelen los problemas, el estrés y el malestar que suele acompañarnos diariamente. El hecho de que sea lo habitual no significa que sea lo mejor para nosotros. Sentirnos bien, buscar activamente nuestra felicidad, es nuestra responsabilidad.
‘Te propongo que nos concentremos en investigar cómo conseguimos colocarnos en “modo disfrute” durante nuestras vacaciones para intentar exportarlo al resto del año y al resto de nuestra vida‘.
Me vas a decir que en vacaciones disponemos de nuestro tiempo para organizarlo como decidamos, eso es una importante fuente de bienestar y es algo que no recuperaremos el resto del año, en eso te doy la razón. Sin embargo, en vacaciones hacemos muchas de esas cosas consideradas negativas en la rutina cotidiana, como madrugar o sortear una difícil convivencia con otras personas que en verano serán la familia o los amigos, en lugar de los compañeros de trabajo, los clientes o los jefes y no nos parece tan dramático.
Casi todos experimentamos alguna de estas circunstancias en vacaciones. Madrugamos mucho más que cuando vamos a la oficina para visitar unas ruinas romanas antes de que el sol se ponga insoportable; el contacto con compañeros tóxicos en la oficina desaparece, pero quizá estamos ante el difícil reto de superar la convivencia con un hijo adolescente o una pareja malhumorada habitualmente. Sin embargo, todo eso se sobrelleva, no importa demasiado porque “estamos de vacaciones” y no queremos que nada ni nadie nos aleje del momento del año en que más cerca nos sentimos de ser felices. El descanso veraniego tiene también sus inconvenientes, pero tu no les das tanta importancia y no te resignas a dejar de poner por delante el disfrute. Entonces, ¿es realmente la vida la que te hace sentir infelicidad, ese malestar cotidiano, o eres tú el que elige sentirse así?
En vacaciones decides que ciertos comportamientos familiares no van a afectarte y no lo hacen, decides que madrugar para escalar un monte o hacer una visita planificada no es un problema y definitivamente, no lo es. Y decides que hacer una cola interminable bajo el sol para visitar un museo no es algo tan negativo y sorprendentemente Es así.
‘Quien me conoce sabe que siempre digo que ser feliz es una decisión personal, y esto es una prueba de tu poder de decidir sobre lo que acontece en tu vida’.
Tu interpretación de lo que te pasa determina qué es realmente lo que está ocurriendo y esa interpretación determina a su vez cómo vas a sentirte en esa situación. Tu bienestar está en tu poder. Eso es lo que hacen los optimistas, evaluar lo que ocurre en términos positivos, eso que tú solo haces en verano. Ellos mantienen todo el año esa actitud. Interpretar en positivo es un elemento definitivamente poderoso para que consideres que tu vida globalmente es satisfactoria y merece la pena ser vivida.
Otra cosa que hacemos en verano y que también contribuye a hacernos sentir bien es ralentizarnos, pensar poco y sentir más, concentrarnos en cada momento y disfrutar. Cerrar los ojos y escuchar las olas del mar, saborear detenidamente un helado, observar sin prisas una pintura en un museo, o conversar con un amigo, mientras le dedicamos nuestra total atención. Estas experiencias son ejemplos de concentración de nuestra atención, eso es atención plena, eso es vivir el momento presente.
Aunque no seas consciente, poner nuestra total atención en cada cosa que hacemos es una forma de meditar, es en realidad mindfulness.
‘No hace falta que te pongas en posición de loto y cierres los ojos, sólo debes poner tu atención completa en cada cosa que haces, sólo una cosa a la vez, esto te traerá la calma que necesitas en tu vida’.
La atención plena, la meditación o el mindfulness, elige el nombre que prefieres, elimina el pensamiento en el momento de la práctica y con el tiempo los ralentiza por completo. Tu máquina de pensar trabaja a menos velocidad, una de las causas, la principal, de sentir estrés.
Me vas a decir que eso es posible sólo en vacaciones, cuando no existen las prisas y la presión del trabajo, y estoy de acuerdo. Sin embargo, podemos continuar meditando en la vida rutinaria. Cuando salimos del trabajo o nos alejamos de cualquier otra fuente de presión y estrés con la que convivamos, podemos dedicar un tiempo a mantener diariamente la concentración y la atención plena. La práctica continuada de mindfulness consigue rebajar el ruido mental y el estrés en todos los planos de nuestra vida. La realidad es que son los pensamientos los causantes de las emociones negativas que dan forma al malestar cotidiano que todos sentimos en mayor o menor medida.
Finalmente, es indiscutible que en nuestra vida cotidiana solemos sentirnos mal porque nos acechan los problemas (la familia, los jefes, los pagos, cada cual tiene los suyos). Muchas veces la vida trae verdaderas tragedias que hay que asumir, pero la mayor parte del tiempo vivimos en una especie de malestar permanente que tiene como principal protagonista a los problemas cotidianos. Durante las vacaciones no los sufrimos tanto porque decidimos apartarlos de nuestra mente durante ese espacio de tiempo en el año. Pero cuando salimos de esa buena vida, retomamos el malestar rutinario cargado de problemas. No voy a decirte que no te ocupes de ellos, pero te recuerdo el famoso proverbio chino que reza “si tienes un problema y no tiene solución, para qué te preocupas. Y si tiene solución, para qué te preocupas”.
‘Preocuparse debería consistir en Pre-ocuparse, es decir ocuparse previamente de las soluciones que están en nuestra mano y no de las que no lo están’.
¿Crees que podemos aprender de la dolce vita estival y podemos elegir sólo pre-ocuparnos en lugar de preocuparnos?, ¿te consideras capaz de dedicar unos minutos en el día a poner tu total atención en lo que estás haciendo, una cosa por vez?, ¿te crees capaz de reinterpretar en positivo lo que te ocurra?.
Si acabas de incorporarte al trabajo después del parón veraniego, es posible que hayas aceptado de buen grado la vuelta a la rutina, que la hayas acogido con alegría, arrastrado por tu actitud de elegir estar bien, esa que te impusiste al comienzo de las vacaciones, pero enseguida ha sobrevenido el drama diario, la angustia por cerrar un negocio a tiempo, los problemas económicos, las rencillas de oficina, el trabajo que acabas de recordar que odias…. y te lamentas porque debes esperar un año completo para volver a disfrutar.
La buena vida, la vida buena, el bienestar y la paz requieren de tu esfuerzo, el esfuerzo de elegir en cada momento dónde poner tu atención y qué pensamientos elegir para interpretar lo que ocurre, el esfuerzo de resolver en lugar de quejarnos y lamentarnos.
Si crees que hay una sola posibilidad de conseguir sentirte bien casi siempre, merece la pena intentarlo. Elige estar siempre de vacaciones, elige ser feliz.